Uno de los males cotidianos en una buena parte del pueblo es el alcoholismo. El hábito de la cerveza o los licores, se convierte en un vicio que arraiga hondamente y de una costumbre, pasa a ser una necesidad. Se ha hablado de docenas de tratamientos contra el alcoholismo; pero definitivamente, es la voluntad del tomador la que juega el papel principal.
Hay varios daños alrededor de un alcohólico: se pierde el trabajo, la familia sufre y acaba por perderla también, surgen las úlceras, la diabetes, se pierden el apetito, se llega a al delirium tremens donde casi se pierde la razón, etcétera, pero una de las facturas a pagar es la pavorosa cruda; y ¡pobres de los que la tienen que padecerla todos los días!
Cuentan los abuelos de un método extraño que fue muy utilizado en la antigüedad. Me decía mi padre, don Francisco Olivares, que allá por los años treinta, en la cárcel municipal de Parras de La Fuente, un domingo en la mañana, amanecieron las celdas llenas de los borrachines que rutinariamente levantaban por la madrugada de banquetas y peleas callejeras tan usuales del fin de semana.
Un acontecimiento puso un toque diferente aquella mañana: Antes de la salida del sol los gemidos de un detenido despertaron a guardias y presos. El hombre lloraba, trataba de volver el estómago, gritaba con las manos en el vientre mientras los demás se reían al ver qué tan fuerte le estaba pegando la cruda. Las risas se fueron apagando cuando observaron que el detenido entró en convulsiones mientras ponía los ojos en blanco.
¡Había qué hacer algo! Los guardias llamaron al jefe de policía para que se presentara de urgencia en las celdas. El hombre llegó acompañado del alcalde y vieron al hombre desmayado entre leves sacudimientos.
_ ¡Pronto, traigan una botella de sotol! –ordenó el jefe de los jenízaros y rápidamente llegó una botella de un litro.
_ ¡Ahora, un vaso de vidrio! –ordenó apremiante. Enseguida, le levantó la camisa al enfermo, lo puso boca arriba con el vientre expuesto, llenó el vaso de sotol y en un movimiento rápido, lo volcó sobre el ombligo y sin derramar líquido, mantuvo la boca del vaso en el ombligo. El sotol fue lentamente absorbido hasta no quedar ni una gota. El crudo se tranquilizó, abrió los ojos y se levantó penosamente, dándole gracias al jefe. Le había salvado la vida.
Poner a un alcohólico en crisis a absorber bebidas por el ombligo fue un procedimiento muy en uso hasta mediados del Siglo XX. Un remedio tradicional que poco a poco fue cayendo en desuso hasta nuestros días, donde ya no hemos tenido noticias de la aplicación de este método de resucitación.
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