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LA CUEVA DEL INDIO

Una parte de Galeana -el municipio más extenso al sur de Nuevo León-, se adorna de encinos y pinos que aromatizan el aire al golpe del viento; sin embargo, la mayor parte de su extenso territorio es seco; mas la belleza agreste de este municipio, se viste de verde gala a cada primavera o tras las lluvias de verano. Así mismo, una de las bellezas naturales de esta región, son sus cerros y montañas cuyos caminos secretos y cavernas perdidas fueron recorridos por el bandido y el bravío huachichil, el soldado de la Independencia, el de la guerra contra el invasor americano y francés, así como por las tropas revolucionarias que también hicieron de este territorio un sitio de muchas epopeyas aún no contadas. El tráfico de armas y riquezas custodiadas por ejércitos beligerantes, fueron llenando poco a poco de historias y leyendas todo el territorio de este municipio, cuya cabecera antes se llamó, San Pablo de Labradores.

En una de sus orgullosas montañas, conocida como Cerro de Labradores, se cuenta que existe una cueva embrujada llamada la Cueva del Indio, cuya entrada aparece a la vista de ocasionales andantes solamente los días Sábado de Gloria; el resto del año no se le puede ver pues parece que por extraño sortilegio, derrumbes de tierra y piedras la hubieran escondido del ojo explorador. Cuenta la tradición que esta caverna natural fue madriguera de guerreros, bandidos y soldados en las distintas épocas históricas que ha vivido México. Se dice también que en el fondo de esta cueva se guarda un tesoro de abundante pedrería fina, monedas y barras de oro y plata, pues fue depósito de bandoleros que guardaban ahí el producto de sus fechorías, esperando a que algún día, llegara el tiempo de repartirse las riquezas y retirarse a sus comunidades a disfrutar de una vida tranquila; sueño que nunca llegó.

Cuenta una de las leyendas acerca de esta cueva, que eran los tiempos en que el caserío de Galeana se limitaba a una cuantas calles; la población era poca y dedicada a la agricultura y la posesión de pequeños hatos de ganado. Como parte de las costumbres, por la plaza y aceras, los viejos repasaban las historias inmemoriales de esta población, en especial la de estos tesoros, que llenaba de ilusiones a los los niños y jóvenes aventureros. Fue en ese tiempo cuando, un joven, decidido a salir de pobre, decidió retar al destino y entrar a la famosa Cueva del Indio.

Claro que había que esperar la fecha exacta para poder avistar el sitio del tesoro; así que, mientras soñaba y hacía planes sobre todo lo que haría al triunfo de esta odisea, esperó paciente a que llegara el Sábado de Gloria; y por fin, aquella mañana tan esperada, se despidió de su esposa y de sus padres prometiéndoles salir triunfante de aquella aventura, de la que volvería lleno de grandes riquezas para cambiar la vida de miseria que hasta entonces habían vivido.

Salió el valiente sin más herramientas que un cuchillo, una antorcha, y un costal que llenaría de las riquezas rescatadas. Recorriendo con paso decidido el camino a la montaña, se perdió en el horizonte bajo la preocupada mirada de sus padres, hijos y esposa querida que invadidos de presentimientos fatales, habrían preferido vivir juntos una vida de pobres, pero en la paz y el amor familiar que los había distinguido en la comunidad.

Antes del medio día, estaba ya en las faldas del gran Cerro de Labradores, y paseó la ansiosa mirada por cada rincón de la pedregosa ladera en busca de la cueva mágica que debía estar abierta por ser la fecha indicada en las historias de los viejos del pueblo.

¡Y ahí estaba...! En un lugar donde regularmente no se le veía, estaba la Cueva del Indio como boca abierta en aquella montaña que por medio de ella, parecía bostezar de aburrimiento por el largo paso de los milenios atestiguando la vida que pasaba frente a ella. Con el rostro iluminado de esperanza, subió hasta encontrarse ante la entrada, y tras un ligero titubeo, con gran decisión dio el primer paso a la conquista de la riqueza, o la muerte.

Prendió la antorcha y caminó en busca del fondo donde se decía estaban los ambicionados dineros. Advertía movimientos de sombras más negras que la oscuridad reinante, pero su decisión no sería quebrantada por el miedo y pensó que eran visiones producto de su imaginación. Pero seres de ultratumba acechaban su paso por el camino, sin intentar por lo pronto nada contra el valiente. Susurros y voces apagadas parecían acariciar su oído, pero el muchacho no podía descifrar lo que decían las voces en el viento. De pronto, miró, emocionado hasta las lágrimas, un gran cúmulo de riquezas que parecían haber esperado por él toda la vida. Caminaba maravillado mirando cómo a los lados, a todo lo largo de la caverna, se recargaban cajas y costales llenos de caudales que brillaban en las piedras preciosas, barras y monedas plata y oro.

De pronto, ya con el fondo a la vista, las voces indefinidas y los susurros se materializaron ante él en unos seres perdidos en la sombra que se revolvían como alarmados ante el atrevimiento de aquel valiente. Poco a poco se fueron haciendo más y más visibles, hasta quedar definidos ante él. El joven tuvo qué contener un grito de espanto. Lo que miraba, eran seres de desgarrada vestimenta antigua, pero de cuerpos descarnados, con calaveras cuyas cuencas vacías parecían lanzarle miradas cargadas de ira y advertencias mortales. Los seres de ultratumba se organizaron en un frente y se pararon ante él en actitud amenazante.

Pudo más el pavor, que sus quimeras de una vida mejor; y sin atreverse a retar a los seres del inframundo, emprendió una aterrorizada carrera en busca de la salida. Adiós a sus sueños, adiós a aquél gran tesoro; la vida con su familia valía más que todo aquello.

Gran sorpresa se llevó al ganar el exterior. Se dio cuenta que ya había caído la noche. La antorcha se había consumido y ahora tendría que bajar con poca visibilidad. Sentía una extraña nausea y depresión. Aunado a estas dos sensaciones, una gran cansancio lo invadía. Pero bajó la pendiente y cruzó montes y valles en busca de su pueblo al que por fin pudo observar a la distancia. El amanecer ya se anunciaba con destellos malvas en el oriente, cuando por fin caminó por entre las primeras casas de Galeana.

Cosa curiosa: Nunca había visto aquellas viviendas... Pero se sacudió los pensamientos de extrañeza al ver a la distancia el viejo edificio de la iglesia del pueblo. Ya con eso, se orientó y caminó hasta llegar a su hogar.

Una sorpresa lo sacudió. ¡No podía ser...! ¡Su casa se encontraba en ruinas! Lo que fue pared de piedra era un túmulo de escombros en desorden regados por el suelo; lo que fueron adobes, eran ahora solamente montículos de tierra apisonados por la lluvia y el paso del tiempo.

¡Tenía qué averiguar qué había sucedido...! Acudió a las casas de sus parientes, pero a ningún conocido encontró. Por fin, en una casa conocida, un anciano le dio entrada a su hogar y tras escuchar con curiosidad y paciencia sus preguntas y quejas de dolor, le dijo una verdad que lo haría enmudecer:

_ “Según contaban mis mayores: tus padres, hijos y esposa se consumieron de tristeza cuando te fuiste para nunca regresar. Si eres quien dices ser, yo soy nieto de tu hermano menor. Hace cien años que desapareciste tragado por la Cueva del Indio. Jamás se supo ya de ti...”

Al interior de la caverna solamente habían pasado unas horas; pero para la vida en el exterior, se habían sucedido los meses y los años hasta completar una centuria, en que tres generaciones habían partido a la última morada en el panteón municipal

El joven, presa del gran dolor, empezó a llorar al verse solo en el mundo por haber perdido en aquella aventura a todos sus seres queridos. Gemía al descubrirse en soledad total; y sin poder asimilar lo sucedido, poco a poco fue cambiando el llanto por una risa enajenada. Al paso de las horas fue perdiendo completamente la razón. Salió a la calle, y desapareció del pueblo en busca del Cerro del Labrador para esperar otro Sábado de Gloria y entregarse en cuerpo y alma para de una vez y para siempre, ser devorado de nuevo por la dimensión y los tiempos misteriosos que esperan también por usted y por mi, en la legendaria...

Cueva del Indio...

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