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NUESTRA NAVIDAD

ENCUENTRO CON LAS TRADICIONES VIVAS

1.- LA PASTORELA

Por estos días previos a la Navidad, la gente de varias comunidades de nuestro México, se organizaba para presentar la tradicional Pastorela. Un grupo serían los pastores, otro serían los diablos, uno representaría al ermitaño y otro al Arcángel Miguel. Había otras representaciones venerables: una pareja y un bebé, representarían a la Sagrada Familia.

…Y todo era trajinar en preparar indumentaria apropiada; pues en eso, nada se hacía de última hora. Los pastores, no batallaban; sólo se vestirían de campesinos mexicanos: Un traje de manta, una banda de color a la cintura, un gabán y un sombrero de palma lo arreglaba todo. Los diablos necesitaban trajes más elaborados. Generalmente un mameluco de seda en negro o rojo; o ambos colores combinados. Una capa negra, unos cuernos y una máscara terrífica. Era un traje que trataba de provocar miedo en el público. A veces, se ayudaban de bengalas y cuetes para ir simulando que aparecían entre fuego y truenos y así dar mayor efecto de miedo ante los asistentes.

El arcángel San Miguel, era otro traje muy bien elaborado: de diseño centurión romano, de sedas, a veces con mallas, con algo parecido a una armadura para darle aspecto de guerrero al que no podía faltarle su espada. El ermitaño, tenía que ser un anciano y era representado sólo con algún hábito muy raído para darle un aspecto de pobreza. Y La Sagrada Familia, se caracterizaban con ropas parecidas a personajes de Arabia; tanto San José como La Virgen María se vestían de largos y coloridos hábitos. El bebé, no necesitaba mas que pañales y cobijas. Todo listo…

La Pastorela básicamente tenía como trama La Anunciación que hacía el Arcángel Miguel y a partir de ahí, los pastores se organizaban para salir a Belén a adorar al Niño Dios. Y en grupo de nueve o diez tomaban el camino en donde se les agregaba el Ermitaño, un viejecito de los montes que hacía a veces el papel de venerable, y a veces, de viejo pícaro jugándoles bromas pesadas a los pingos.

Los diablos, comandados por el Diablo Mayor, o Luzbel, eran una pandilla de seis o siete cornudos macabramente ataviados, y su misión en la obra era el desviar de su camino a los pastores. A veces les daban rumbos falsos, a veces los invitaban a una feria con grandes atracciones, otras a una gran fiesta o a alguna venta de grandes baratas y ofertas. Los pastores caían en las trampas; pero por ahí andaba siempre el arcángel San Miguel para ponerlos en alerta y hacerlos volver al camino.

Y tras tanta intervención del Arcángel, el Diablo Mayor perdía la prudencia y acaba peleando con San Miguel y quedaba vencido. Por fin, ya no habría obstáculos en el camino a Belén. Por eso dice el dicho popular: “Me fue, como al Diablo con San Miguel”

Llegaban los pastores a ofrecer regalos y adoración al Niño Dios. El Bien había triunfado. Allá atrás, los diablos hacían berrinche por haber perdido.

La pastorela era una obra de cantos y diálogos teatrales que duraba toda la noche. Era una paciente labor el aprenderse tan largos parlamentos. Y algo más: muchos de los participantes, ni siquiera sabían leer. La pastorela era un acontecimiento que se esperaba con cariño cada año. Hasta que se acabó el amor, el espíritu religioso, y esta tierna y conmovedora obra del teatro popular se fue yendo con el tiempo, hasta pasar a un recuerdo; un uso, que pasó a ser desuso...

2.- NAVIDAD EN MI PUEBLO

El profesor Fernando Morales Zúñiga, es un cronista de la nostalgia que recrea el pasado que le tocó atestiguar en su pueblo, Anáhuac, Nuevo León. He aquí sus personales recuerdos de las navidades de su infancia.

“Vi la luz primera, un 15 de abril de 1956, en la esquina de la avenida Martínez. Domínguez y Álamo, en la colonia Obrera, como primer hijo del matrimonio formado por María del Carmen Zúñiga  Becerra, y Fernando Morales Palacios.

“En diciembre de ese mismo año, aunque apenas contaba con 7 meses de edad y vestía pañales de costal de harina porque el sueldo que mi papá ganaba, no era muy elevado y la situación era crítica; aún así, “Santo Clos” me honró con su primer visita. Así, sin entender porqué, y sin hacerle una carta, aquel viejo de anteojos, traje rojo y barba blanca, llegaba en su trineo jalado por un grupo de renos comandados por Rodolfo,  el de la nariz colorada. Debo decir que nunca los vi; pero los regalos, eran la evidencia de su esperada visita.

“Los primeros 4 años, por ser tan pequeño, no disfrutaba al cien por ciento la alegría de La Navidad; pero, cuando llegué al quinto aniversario de mi vida, todos mis sentidos se pusieron en juego para disfrutar la llegada del mes de diciembre.

“Cuatro días después, de las Fiestas de Guadalupe (12 de diciembre), iniciaban las posadas (16). Recuerdo que a las 6 de la tarde cientos de chavos nos formábamos a la puerta del templo formando dos filas: una de niñas y otra de varones, en línea recta hasta llegar a la panadería El Porvenir de Samuel Vázquez  y dar vuelta por el Depósito Canales; a grado tal, que la iglesia se llenaba a reventar. Todas las bancas estaban llenas de niños y todavía, muchos más quedaban parados a los costados.

“Entre cánticos y oraciones, en una parihuela varios jóvenes paseaban las imágenes de María Santísima, sentada en su burrito, acompañada del señor San José por todo el interior de la iglesia, pidiendo “posada”. Concluida la ceremonia religiosa, los niños salíamos por la puerta lateral que da a la calle Ingenieros, no sin antes recibir una bien surtida bolsita de cacahuates, dulces, galletas y una naranja; aparte de un boleto que, al juntar varios, se podían canjear por juguetes en la parroquia. Afuera del templo, ya estaban colgadas 3 piñatas especialmente para los varones, pues las niñas hacían lo propio, sólo que por el pasillo que da al salón parroquial. Como dice el dicho: “los nenes con los nenes; las nenas con las nenas…”. Y esto era todo el Novenario, hasta la llegada del Niño Jesús.

“Ahora me pregunto: ¿Por qué en aquellos tiempos, se daba bolsita a todos los niños y se quebraban como mínimo seis piñatas por día? ¿Sería que nuestros abuelos, y los comerciantes como Almacenes Anáhuac, Frutería Monterrey, Camosa, Casa Montemayor S. A,  Frutería La Justicia, Casa Nader, La Nueva España, La Infantil  de María Mata, apoyaban más a la iglesia? El dólar valía lo mismo que ahora en el 2008, 12.50, y los productos eran más baratos,  no había crisis.

“Sea como haya sido, los niños esperábamos gustosos la llegada del 24 de Diciembre, porque podíamos ver la escenificación del nacimiento  del Niño Jesús, para después compartir la cena de Noche Buena, y la quema de una buena dotación de cohetes que, corriendo, iba a comprar a la tienda de Herminia Fernández. Cohetes y luces de bengala, servían para festejar la llegada del Niño Dios y el arribo de Santo Clos.

“Así, la casa que rentaban  mi abuelita  doña Juanita Palacios Peña y su hija Trinidad Torres Palacios, se llenaba de fiesta con olor a buñuelos, tamales, atole, café calientito y olor a pólvora, mientras mi mamá y mi papá visitaban “La Nueva España” de Elías Ancer, y “El Nuevo Mundo” de Zacarías Kuri en plan de compras para ayudar un poco a Santo Clos, a quien previamente le había mandado una carta contándole mis deseos, y a quien, sobre la mesa, le había dejado una bolsa de tamales y buñuelos para él y sus renos.
 
“Bendita inocencia… ¡Cómo viví y disfruté mis años de infancia! Hoy sólo quiero que la tradición perdure, y que los niños de estos días, conserven esa ilusión. Pasaron los años.  Santo Clos, ya no llegó conmigo;  pero sí con mis hijos,  y ahora con mis nietos. Creo que, todavía, hay Santo Clos para rato…”

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