Por los días de Navidad, Reyes Magos o Día del Niño, vemos como el comercio nos bombardea a nosotros como padres, sobre los juguetes de moda, sobre los juguetes que “debemos” comprar. Esto nos llena también de recuerdos nostálgicos cuando los gustos de los niños eran más sencillos, y más sencillo era para los padres el darles gusto a sus hijos. ¿Qué pasó? Pues que la televisión todavía no alucinaba a los niños con la gran variedad de juguetes que hay ahora. Es más, ni siquiera había televisión.
Antiguamente, los juguetes eran hechos en talleres de los pueblos y era común que el carpintero llenara su lugar de trabajo con trompos, yoyos, carritos, trocas, arcos, flechas, rifles, caballos, boxeadores y otros juguetes de madera que eran muy apreciados por los niños de aquel tiempo. Las vasijas eran hechas de barro o de plástico y las niñas jugaban a “las comiditas” durante casi todo el año, lavando y cuidando mucho sus juguetes. Las muñecas eran de trapo, otras de humilde pasta; pero las más caras eran las del fino celuloide que nuestros mayores llamaban muñecas de “sololoy”, por no poder decir “celuloid” ¡Ah, qué tiempos, señor don Simón!
Pero era común que el niño también improvisara sus juguetes, y lo viéramos correr feliz rodando un aro empujado por un gancho de alambrón o una llanta, que entre más grande, más la presumía. Corrían tras ella y luego la saltaban dejándose llevar por el mismo impulso, o se hacían ovillo en el centro de la llanta para rodar con ella. Recuerdo que terminábamos mareados con tanta vuelta. Uno de los más socorridos juegos era correr desde media cuadra para el choque de llantas. Correr, correr, correr tras una rueda o una pelota; ese era el centro de nuestros juegos.
Había un juguete que tal vez hoy, resulte por demás extraño: este era, un mayate... Para atraer a este insecto del verano, se ponía como trampa unas cáscaras de tuna colgadas por la rama de algún árbol. Llegaban los mayates atraídos por la dulce pulpa y los atrapábamos. Bajo las alas, a la altura de la separación del tórax y abdomen, rodeando su regordete y verdoso cuerpo, les atábamos un hilo delgado. Luego al soltarlo, el animalito volaba para escapar; pero con su vuelo limitado por el hilo, no podía ir más allá y podíamos pasear por la calle llevando por delante de nosotros un sensacional juguete volador. Cuando se nos escapaba, se hacía realidad el dicho aquel que reza: “Se fue el mayate con toy’ hebra…” Aunque se refería al vecino que se cambió de casa llevándose a nuestra hija o alguna deuda que tenía con nosotros. ¿Tuvo usted un vecino así?
En aquél tiempo, la imaginación y la fantasía se llevaban muy bien con los más modestos juguetes. En cambio, hoy, da miedo que se llegue la Navidad porque el juguete de ahora es producido en grandes industrias extranjeras, es muy caro, y no les dura a los niños mas que unos días; y a veces, hasta sólo unas horas. Hoy los pequeños ya no valoran –o no les hemos enseñado a valorar- el esfuerzo de los padres. Y los “transformers” quedan desechos, y las muñecas descabezadas, y las bicicletas ponchadas son aventadas al olvido al techo de la casa.
Y usted... ¿Recuerda cómo eran su juguetes?
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