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AUGURIOS Y CREENCIAS

La superstición es una característica que encontramos en todos los pueblos, cualquiera que sea su grado de desarrollo. El hombre de la ciudad tiene sus creencias, muchas veces propagadas por los medio de comunicación, como los horóscopos, las profecías anuales, la lectura de cartas y la promoción de un sinnúmero de amuletos. En cambio en el campo, las creencias están relacionadas con el entorno natural y sus elementos, tales como el viento, el río, las plantas y los animales. Anáhuac, como sociedad agrícola que es, tiene este tipo de convicciones.

Así pues, algunas aves nocturnas son consideradas siniestros emisarios del Mal. Hay que velar junto a la cuna con una oración entre los labios cuando por las cercanías se escucha el monocorde canto del tecolote; pues este rapaz busca el rapto de las almas de los niños no bautizados. Si lograra levantar el vuelo con el alma del pequeño entre sus garras, este caería postrado con todos los síntomas de un “mal de ojo”. La curandera tendría que entrar a escena al rescate del alma perdida, con oraciones y barridas de huevo, pirul y ruda.

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La lechuza sobresalta con su chillido estridente y repentino por la creencia generalizada de que es una bruja transformada en ave que, al amparo de la noche, vuela en busca de una víctima de sus malas artes. Esta convicción tiene sus raíces en el México prehispánico; cuando el Nahual, hechicero que tenía el don de la transformación, hacía sus correrías nocturnas en forma de coyote, jaguar, lechuza u otro animal noctámbulo.

Generalmente, es un discreto pánico la primera reacción; pero, en seguida, se busca ahuyentar al pajarraco y su mal agüero lanzándole una surtida sarta de maldiciones para así quedar a salvo del infortunio que trae su presencia.

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El alma de los niños se considera siempre en peligro mientras no reciban el sacramento del Bautismo. Una amenaza más, es el cruzar un río, arroyo, canal o cualquier agua corriente; pues, al vadear, así sea sobre un puente, el alma es arrebatada por las aguas y huirá con ellas en su camino hacia el mar. Por eso, es común escuchar historias de llantos y voces de niños que a lo largo del río Salado se lamentan por haber perdido sus cuerpos al cruzar sin protección la corriente. Por eso, las abuelas aconsejan a las madres de las nuevas generaciones que no se debe llevar a los pequeños al río; y si tuvieran que cruzar por la corriente, deben abrazar contra su pecho al infante repitiendo muy quedo: _”Vente... No te quedes... Vente... No te quedes...”

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Cuando se sale a la calle con un niño en brazos, hay que llevar tres piedrecillas en la bolsa y no deshacerse de ellas hasta el regreso a casa. Así, se evitarán los males que acechan a la criatura a lo largo de la calle.
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La sal no debe regalarse. Debe ser cambiada por cualquier objeto, o venderse a un costo mínimo; pues, si se regala, es inminente que algún maleficio caiga sobre las personas. También, cuando un comensal pide el salero, éste no debe darse de mano a mano; pues esto es de mala suerte. El salero hay que colocarlo sobre la mesa al alcance de quien lo solicita para que él mismo lo tome. Así, se evitará correr riesgos de fortuna.

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Una mujer embarazada tiene en su saliva el antídoto contra el veneno de una hormiga. Cuando alguien es picado por este insecto, hay que buscar una mujer “en espera”, para aplicar su saliva en el área del piquete y los efectos del veneno se cortarán en forma casi instantánea.

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Cuando alguien se para sobre un pie, descalzo, haciendo “un cuatro” con las piernas y con la lengua entre los dientes, la carne “muere...”

Hay que ver algún lugareño haciendo una demostración para poder creerlo: Se para sobre un hormiguero, descalzo, en un pie, con la lengua cautiva entre los dientes, en la posición de “un cuatro” y con los pantalones levantados arriba de las rodillas. Los insectos subirán enfurecidos a castigar al intruso, pero al llegar a media pantorrilla, caerán o se bajarán confundidos al no poder picar ni subir más en aquella carne “muerta”.

¿No quiere usted hacer la prueba?

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Mala fortuna te espera si un coyote se atraviesa por delante de tu camino. Si el animal regresa, la mala suerte ha sido conjurada; pero si no sucede, habrá que buscar al pobre animal para matarlo. Por suerte, la mayoría se protege trazando una cruz con el dedo en el vidrio de su camioneta, o se santigua perdonando la vida al coyote.

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Cuando el cielo niega la lluvia, hay que colocar las imágenes de San Isidro Labrador de cabeza.

Cuando los caracoles trepan a los matorrales, es señal que pronto lloverá.

Hay que adornar con listones rojos las ramas del durazno para que su fruto sea abundante.

Para espantar los pájaros depredadores de granos, hay que colgar en alto y al centro de la parcela, el cuerpo de un cuervo muerto.

Hay que poner al pie de cada árbol o arbusto del jardín, un recipiente con agua para evitar que los perros los orinen.

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En fin, mil creencias populares dan un color y sabor muy especial al espíritu de Anáhuac y todo el norte de Nuevo León. Todas ellas manifiestan un carácter sencillo y simple, tal cual es la vida en el campo. Todas ellas forman parte del folclor, del rostro que identifica a una región en el contexto polifacético de México. Combatir las tradiciones populares, sería repetir el error histórico del aplastamiento de una cultura.

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