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EMBOSCADA APACHE

Desde el Siglo 18, distintos grupos de la nación Apache se asentaron en la despoblada región entre el río Bravo y el Salado, que pasa por Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Sus rancherías eran semifijas porque era una tribu perseguida por los gobiernos mexicano, americano, y otras tribus que autoridades de Estados Unidos armaba para que los exterminara como fue el caso de los comanches, papagos y pimas.

Los apaches, igual que otras naciones que nunca aceptaron la conquista ni de ingleses, ni españoles como lo hicieron otras, habían sido sentenciados a muerte; unos lentamente en el hambre y la esclavitud como los catujanes de la región de Coahuila a Lampazos; otros desgastados en guerras ajenas como hicieron con los alazapas de Bustamante, que fueron usados como carne de cañón contra otras naciones rebeldes, y que se los acabaron en acciones de una guerra ajena.

Desde principios del Siglo 19, la más duradera aldea apache se localizó por décadas en lo que hoy se conoce como la laguna de La Leche, al norte de Salinillas. Desde allí, cuenta la tradición que se dio un ataque contra la hacienda La Laja, ataque que fue rechazado gracias a la decidida pelea que dieron los rancheros y peones blancos, mestizos e indios que ayudaron a la defensa. En 1797, por las cercanías a lo que hoy es el ejido El Puente, se trató de establecer un asentamiento apache; pero el Gobierno Virreinal no concedió los permisos, condenando al apache a continuar con su vida errante, perseguido, y mal visto en todas partes.

Cuenta la memoria de los viejos que por el año de 1870, pequeñas partidas de apaches lipanes, tenían todavía como territorio seguro para sus correrías los terrenos entre estos dos ríos, el Salado y el Bravo. Vivían más o menos en paz de la recolección, la pesca y la cacería; cambiando sus asentamientos de un lugar a otro y por temporadas se les podía ver por aquí, otro día se les encontraba por allá; pero como nunca se sabía en qué momento se podía romper el hilo de la paz, todo mundo trataba de sacarles la vuelta.

Así las cosas, como tradición de los viejos de Lampazos y Anáhuac, se cuenta que por aquellos años, una vez un vecino de Las Tortillas, había ido a un asunto familiar hasta Guerrero, hoy conocido como Guerrero Viejo, ya que desapareció bajo las aguas de una gran presa y se creó otro asentamiento con el nombre de Nueva Ciudad Guerrero. El camino era a caballo y se dio con las penalidades propias de la jornada, pero sin incidentes que lamentar. Llegó a Guerrero, y tras visitar a sus familiares y arreglar el asunto que lo había llevado, a los dos días emprendió el camino de regreso.

Igual que en la ida, tuvo que dormir una noche en el monte, sin más protección que sus armas y una fogata para ahuyentar a las fieras; no sabía que un peligro mayor lo esperaba más adelante; peligro ante el que no valdrían fogatas ni arma alguna.

Era un atardecer y el sol ya estaba sobre el horizonte. Frente a él, estaba el río Salado y el claro del vado ya se podía ver a la distancia. Pero algo más llamó su atención: a contra luz del sol, pudo observar a lo lejos la polvareda de una caballada que por el mismo camino se acercaba con dirección hacia él. Inmediatamente, un pensamiento lo inquietó poniéndolo en guardia: ¡Apaches...!

En aquellos tiempos el hombre vivía con los instintos muy en alto; ya que en cualquier momento, o se era víctima o victimario por los caminos solitarios del noreste mexicano, tan llenos de peligro por las gavillas de bandoleros mexicanos, tejanos e indios de guerra. El jinete pensó que seguramente ellos ya también habían visto el polvo del camino que levantaba su caballo y sin duda, una emboscada lo esperaba más delante. Preparó sus armas que poco le servirían ante la superioridad numérica; pero preparó también un plan: Supuso que los guerreros sabían que ya los había visto en la polvareda al viento y estaban seguros que trataría de escapar desviándose por el cauce del río hacia el norte o hacia el sur; entonces, se repartirían en dos grupos para taparle la huída en un movimiento de pinzas.

Pensó que estaría perdido si hacía lo que ellos pensaban. Pero como para combatir al apache hay que pensar como apache, en el juego de estrategias se jugaría la suerte. Decidió esperar escondido entre los breñales el momento en que los indios debían llegar al cauce del río para cruzarlo. Tras pasar los minutos calculados, los guerreros no llegaron. ¡Era cierta su sospecha...! ¡Se habían dividido en dos bajando al cauce para tenderle una emboscada!

La segunda parte del plan había que ejecutarla. Con los guerreros a doscientos metros a cada lado del vado, ahora había que cruzar a todo galope y con el rifle al frente. Así, una más intensa polvareda se levantó por el cruce, atravesó la baja corriente y subió el ancón a todo lo que daba su caballo. Unos minutos más, a lo lejos, por lecho del río, se escucharon gritos de guerra y caballos que corrían para encontrarse en el vado. Cuando las pinzas se cerraron, el jinete llevaba ya casi medio kilómetro de ventaja.

Los apaches quedaron llenos de coraje al ver que su estrategia había sido adivinada y por tanto, se había burlado de ellos.

El hombre cabalgó y cabalgó hasta estar seguro que estaba fuera de peligro. Tras de sí, a la distancia, ya no había polvaredas. Los apaches se habían retirado siguiendo su camino. Ya seguro, siguió al trote mientras volteaba de vez en cuando hacia el oriente en busca de señales de ser perseguido; pero nada, por sobre las armas, se impuso la astucia.

Por fin llegó a Las Tortillas y corrió al abrazo de sus seres queridos para contarles cómo había vuelto a nacer después de escapar de una muerte segura en aquella fallida…

Emboscada apache...

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